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6/6/02 19:53


agradecimiento a un camión de pollos y/o gallinas



Trece treinta horas. Por la luna del automóvil que conduzco penetra un olor idéntico al que despedía un amigo de la infancia. Dos neuronas con telarañas se conectan velozmente después de un par de décadas sin dar señales de vida, y me remonto a los nueve años de edad, cuando cursaba el cuarto curso de la abolida Educación General Básica. La peste del instante coloca ante mis narices la imagen de mi lejano compañero mientras espero mi turno en la rotonda. Si eras amigo de M. también lo tenías que ser de su hedor, aunque siempre era mejor conservar su amistad a dos metros de distancia. Repentina, conduciendo me sorprende aquella pestilencia de M., similar a los vapores que emanan los pollos en las granjas durante los veranos de calor asfixiante.


Imagino que aquel tufo tan característico se debía al traje de sudor que con minucia durante muchos días se dedicaba a confeccionar, corriendo como un loco en el aula, haciendo pulsos, enzarzándose en peleas casi diarias, levantando la falda a las niñas y, en definitiva, manteniendo su prestigioso liderato entre los chavales de su misma edad dentro del colegio. Esta amenaza al olfato que de inmediato me ha envuelto en el recuerdo de mi hediondo amigo no me resulta desagradable. Sin darme cuenta, es probable que haya pasado por el carril adyacente un camión embuchado de pollos i/o gallinas, y al que he de agradecer —eso no tiene precio— que me haya transportado a aquel tiempo que confirma la verdad de un verso perteneciente —creo— a Dylan Thomas: "La pelota que boté cuando era niño todavía no ha tocado suelo".


Josep Porcar
Escrito por txema

    

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