Han pasado 8509 días

21/5/02 22:18




Suena Human nature, cómo me gustaba aquella canción brotando de la trompeta de Miles rumbo a los paraísos de la alquimia. Ahora, que han pasado años desde que el Lady K, aquel herrumbroso barco, se perdió en el fondo del Río de la Plata con el capitán Rufus aferrado al mástil y gritando furioso: ¡frustated dreams!. ¿Recuerdas las capturas del pezpalo, que acababan en las naves de Korochi Industrias para hacer escabeche y jarabito que curaba la apatía?. Cuando The Argentino Standard publicaba en su primera página, justo sobre la sección de novedades literarias, el nacimiento del "big" Buenos Aires, qué expresión, claro que fue todo mucho antes de la marea negra y de la invasión de las langostas mutantes, aquellos bichos que transformaron los campos verdes en fotos del apocalipsis.
Me parece ver a aquel personaje extraño, ¿recuerdas?, el que perdió mis anteojos, aquel hombre, un neurus74, como le hubiera llamado la abuela Roxanova desde el borde de la pileta con el libro de Asimov entre las manos y su bañador de la boutique Paulanet (yo siempre pensé que se trataba de un chabón normal, como el viejo que andaba anunciando el fin del mundo por el Mercado de la Luces y al que la gente llamaba "filosofitis"); me parece ver todo aquello que ya no se ve, las fotografías desgastadas de Marcia y Fernando en su casita de sueños, con aquel perro tan fiero, mandiyu; me parece ver a Pablo Corral, ¿recuerdas? y a Dan y Paula, que fueron a Múnich cuando no quedó nada que hacer sobre este suelo, a ganarse la vida con aquel número tan arriesgado de trapecio, hasta la famosa función en el circo Planeta Dreams en la que Paula no quiso saltar más y sólo decía ¡denken über! mientras Dan ofrecía explicaciones al público impaciente: Se lo está pensado, señores, es cosa de un momento.

¡Cambia Argentina!, ¿ves al abuelo, queriendo ir por Palermo a darle a la bola, don Darío, tan pequeño que todos le llamaban Mini D, que tenía fama de correveidile y una agencia de viajes, Alo Haway,...que nunca encargó pasaje alguno aparte de los de la familia, cuando el desastre del Lady K; qué personaje, el capitán en la caja negra, recién salido del agua, tieso como un palo, y el abuelo empeñado en dejar el velatorio para jugar al fútbol con su amigo Cartucho, el único que se las echaba cortitas y al pie; la viuda de Rufus allí llorando y el señor Korochi prometiendo indemnizaciones millonarias sin convertir nunca sus palabras en actos. ¿Recuerdas?. Los lunes felices junto a Silvia Larroca hasta que se la llevó al altar aquel ricachón de Fernet Inssurance Brokers, maldita sea mi suerte.

Suena una música lejana, un ritmo monótono, un, dos, tres, una cháchara de marineros viejos que tosen y hacen roff-roff como máquinas oxidadas, como aquel negro de la película de Spike; suena un eco de hombres guapos, como el que tanto te gusta...el de Rey de Reyes, ahora no me sale el nombre, suena la música de Nocturnal Kid Weblog, qué nombre tan extraño, que parece que se avergonzara de tocar el bandoneón, como si ya no hubiera nada que decir , como si todo fuese pura cultura en Buenos Aires ...¿a dónde fue todo aquello?. Qué risa, eh, un abuelo de metro cuarenta, futbolista compulsivo y una abuela de metro ochenta, doña Berta Yapaitu, "superBet" para los amigos, cantante de blues arrastrados en el Jazzido Extravaganza Club y en el Rockola, junto a glorias de antaño como la bella Roxanova y aquella, Maria...C, bueno, olvidé el apellido.
¿Recuerdas? Superbet, tan grande y desgarbada, recorriendo las estancias con la zapatilla en la mano tras nosotros, siempre alegre menos los días que iba hasta el cementerio de la Recoleta al atardecer,  a acompañar por solidaridad a su amiga Sourit. Amaron al mismo hombre sin que Mini D se enterara, con tanto fútbol (!metele ya! che...). Llegaba a casa diciendo que, a veces, la vida es más negra que la obscuridad nocturna y más triste que el Diario de Ally, que sólo lee el Depressing Times desde que le llegó aquel telex,  fechado en El-Amuchad, Nigeria, en el que le comunicaban (¡such is life!) que su marido había  fallecido al estrellarse el CTS Blog que pilotaba contra la torre de comunicaciones Dead Brains. Al parecer falló la bitácora digital, o el motor derecho. Algunos testigos oyeron que hacía un ruido como "blog go pop", qué más da ahora todo eso

Suena una música lejana, mágica.
Decía el telegrama: "Imposible reconstrucción. Plantamos en su honor un ciprés en el patio".
Suena Human Nature. Cómo me gustaba aquella canción. Cae la noche sobre la ciudad. Un mercante pasa sobre el mástil roto del Lady K, que duerme en nuestros sueños.

 


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Este experimento se hizo por encargo de la Dirección General de Relaciones con Mundos Lejanos y ha superado rigurosos controles de calidad.
Valida como mensaje subliminal.
Se eligió a los habitantes referidos por ser su comunidad muy interesante desde el punto de vista que determinaron los componentes del Senado de Kaoscity, reunidos en sesión extraordinaria a puerta cerrada.
Los accesos logrados por este experimento serán donados a la organización Payasos sin fronteras.
Gracias en especial a Blip por prestar el sonido que dio título a esta historia.
Escrito por txema

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21/5/02 3:54


el masturbador ilustrado



KAOSCITY. Archivo de rumores, sección IV  


El catedrático José Antonio de Esteban finalizó su clase. Aquel día explicó a sus alumnos el uso expresivo del lenguaje en la poesía de San Juan de la Cruz, su capacidad como creador de un léxico, de un vehículo, había dicho, místico. Expuso que el carmelita tomó, en parte, palabras de la Biblia y la liturgia y, en parte, de la filosofía y la teología escolástica, de los místicos, de expresiones populares o incluso de la poesía de aire italianista. Todo ello, en ocasiones, para dotar de un nuevo sentido a giros como "la llama que consume y no da pena". El catedrático concluyó su lección encargando un comentario de la canción 9 del Cántico ¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no le sanaste? y se despidió hasta el lunes. Después atendió, ya con el aula vacía, la consulta de una alumna sobre la importancia literaria del concilio de Trento. Salieron juntos.
En el pasillo de la facultad se le acercaron dos hombres. No se presentaron. Simplemente preguntaron al catedrático si él era José Antonio de Esteban y le pidieron que les acompañara, a lo que se negó; aunque cambió de opinión tras comprobar que los individuos pertenecían a la Brigada Social, conocida entre el pueblo como los morales. Preguntó cuál era el motivo por el que era requerida su presencia ante la policía, pero no obtuvo respuesta salvo un créame, se ha metido usted en un buen lío. El hombre, el más bajo, dijo para sí algo sobre incendiar las universidades mientras sujetaba la cabeza del catedrático al entrar en el asiento posterior del vehículo gris con el águila dorada en las puertas. El profesor sintió miedo mientras intentaba descifrar todo lo que había hecho durante los meses que sucedieron al golpe de estado y buscaba, sin obtener respuesta, algún desliz, alguna compañía, algún lugar, quién sabe, pensó, en el que hubiera estado, algo que justificara la presencia de los morales y lo que, al parecer, era una detención. Preguntó si iba preso y el más alto contestó que en unos minutos, "ahora cuando lleguemos", se le diría el motivo.
El catedrático José Antonio de Esteban pasó más de media hora sentado en un banco de madera de una sala de interrogatorios del Servicio Central de Actividades. Transcurrido ese tiempo entró en ella, precedido del estruendo de varios cerrojos, un hombre que dijo ser el capitán Balbino Burgos. De Esteban, que había intentado sin éxito descifrar el motivo de su detención, palideció cuando el capitán, mientras tomaba asiento, le preguntó si conocía a Silvia Gala. Contestó que, en efecto, la conocía.
—Ya, ya, ya y, sin duda, conoce usted ésto, inquirió señalando un pequeño libro que extrajo del interior de su guerrera. ¿Fuma?, fumaba, pero lo negó con la cabeza. Mejor, uno que me ahorro. Un momento, un momento, no se precipite —prosiguió— espere un segundo. Se dirigió al soldado que custodiaba la puerta —el catedrático, nervioso, no había reparado en su presencia— y le ordenó que, dado al carácter delicado del interrogatorio que iba a tener lugar en aquella sala y las especiales características de su contenido, abandonara la habitación y esperara en el pasillo. Sonó un taconazo y De Esteban oyó, a sus espaldas, cómo se cerraban la puerta. Notó un temblor en las rodillas que intentó disimular sin éxito.
El catedrático José Antonio de Esteban balbuceó una respuesta que no llegó concretarse porque el capitán le interrumpió con voz firme.
—Le he dicho que espere, usted sólo habla cuando yo le pregunte, ¿de acuerdo?. Bien, bien bien, de modo que es usted, digamos, un… ¿un degenerado? ¿un pervertido tal vez?, ¿qué es usted?.
—Yo, la voz del detenido apenas alcanzaba un volumen audible, yo soy catedrático de Literatura, señor, y no entiendo, si me permite que exprese, con el mayor de los respetos, mi duda, a qué obedece esta situación, a qué vienen esas preguntas. El capitán se puso cómodo, desabotonó su guerrera, estiró las piernas y las cruzó, aspiró la larga última bocanada del cigarro, y comenzó a dar palmadas sobre el pequeño paquete envuelto con un papel decorado con escenas infantiles. Dibujos de niños con patinete y niñas empujando un carrito de muñecas, con una rotura que evidenciaba que su contenido ya no era un secreto. La mano grande y peluda de Burgos ocultaba una etiqueta. La sala quedó en silencio. Sólo el tap tap tap sobre el paquete mientras el capitán parecía absorto en un oscuro pensamiento y el catedrático contemplaba la imagen de sus huellas digitales dibujadas por el sudor en la superficie de la mesa de latón. El policía, entonces, imprimió un brusco movimiento de giro a su cadera que situó sus ojos a la altura y en la dirección de los del detenido.
—Se lo voy a decir muy claro, por una cosa como ésta podría ordenar su ejecución. No es necesario que le explique, supongo, las penas que se contemplan en nuestras leyes para la posesión de objetos como el que nos ocupa. Sé que usted es listo, si piensa un poco, y una vez que ya le he preguntado sobre la señorita Gala, a la que dice conocer, puede atar los cabos. No le quiero abrumar con la responsabilidad sobre el destino de su amiga, del que ya hablaremos más adelante, sabe que trabaja en la Biblioteca Nacional y, sin duda, conoce el objeto que se oculta bajo estos delicados motivos y, por lo tanto, habrá de llegar conmigo a la conclusión de que sus preguntas carecen de sentido. Bien, bien, bien. ¿De verdad, no fuma?. Vale. Entonces la cuestión es la siguiente. Usted sabe, como yo, que lo que tenemos aquí es la copia de un libro, no un libro cualquiera, sino uno que lleva por título Lo Speculum al foderi, el espejo del joder que diríamos para entendernos. Por ahora vamos a dejar ese tema. La única duda que le asalta, lo sé, es saber qué hace esta obra en mis manos aunque, en mi demérito, he de confesarle que sólo una torpeza de su amiga ha hecho posible el hallazgo, ya que entregó a un mensajero, José María Gálvez creo que se llama, el paquete con un pequeño error. Usted mismo se puede percatar de que tanto la calle como el número son correctos pero no el piso. Un lamentable fallo que, por suerte, nos ha permitido, gracias a la colaboración de un ciudadano tan amable como el que ha recibido el libro, ponernos en contacto con usted. Sabe, como yo, y volviendo al tema principal de esta conversación, que Lo speculum al foderi es un manuscrito anónimo medieval y catalán del que sólo se conservaba un ejemplar en la Biblioteca Nacional y, sin duda, le consta que fue quemado siguiendo las órdenes al respecto de este Servicio Central de Actividades. Es decir, sabe que se trata de un texto expresamente prohibido que, además, está escrito en un dialecto sobre el que pesa, igualmente, una orden de restricción total. ¿Qué le puedo decir, señor?.


—Comprenda que un libro de estas características, en el que el sexo es cuestión única y viciosa, le sitúa en una complicada situación. Comprenda que me asaltaron las dudas, en un primer momento, sobre el número de ellos que entre usted y la señorita Gala hayan podido salvar ilegalmente del fuego, aunque no hayan podido preservar los ejemplares originales, cosa que supongo hubiera estado en su ánimo. Esta mañana su amiga nos ha facilitado, no sin oponer resistencia, una lista entre la que se encuentran trabajos tan detestables como el Liber menor de coitu, el Tratado de generación de la criatura o el Tractatus de amore heroico, por citar unos ejemplos, según nuestros archivos, de escritos que pasaron, con la revolución que ahora conduce nuestro destino a mejores puertos, a formar parte del polvo de algún camino. Resumiendo, yo podría decir que en estos momentos estoy hablando con alguien que, técnicamente al menos, está muerto pero ante el que se abre, en este segundo de adversidad, una puerta. Antes de nada he de decirle, ya que percibo cierta ansiedad en su mirada, que la señorita Gala goza de una excelente salud y saldrá adelante. Bien, ¿dónde estaba?, si, si, la puerta, la puerta. El planteamiento, ya que comprenderá usted que en mi situación he de conducirme con extrema cautela y, por lo tanto, no debo rendir cuantas en un caso como éste y menos a alguien sobre quien pesa tan grave delito, es sencillo. Como supondrá, su amiga nos ha dado a conocer el paradero de los objetos de su ilícito comercio y, por ello, tengo constancia de que obran en su poder. El trato es el siguiente: Usted me facilita el material del que dispone, con una fiel traducción a nuestra lengua y yo dejo que este asunto, en el que ha de considerarse como sumamente afortunado por ser yo el destinatario final del imperdonable desliz de la señorita Gala, se evapore. Como es lógico, una vez finalizada su labor de traducción habrá de acreditar, ya estudiaremos la fórmula, que se cumple la legislación vigente y se destruyen las obras.
El catedrático José Antonio de Esteban respondió con una afirmación y expulsó todo el aire que había acumulado en los pulmones durante unos minutos que le parecieron interminables. Observó el envoltorio, el nombre, la dirección, y el piso, 2º B, la casa del abogado Carlos Bohórquez.
—Me permite una pregunta, capitán —dijo—. El otro asintió. ¿Por qué cree usted que mi vecino ha abierto un paquete que, obviamente, iba dirigido a mi?. El capitán dudó, se ajustó el cuello de la guerrera e intentó alisar con la palma de la mano una arruga de la manga derecha producto, sin duda, de un planchado defectuoso, y contestó:
—Vamos a iniciar, de inmediato, una investigación sobre ese comportamiento, señor.
El catedrático José Antonio de Esteban quedó en libertad y el 2º B fue alquilado, a los pocos días, por un médico recién llegado de Lugo. Del abogado Carlos Bohórquez no se supo nada, se lo llevaron, dicen.
También cuentan que al capitán se le conoce con el sobrenombre de el masturbador ilustrado.
Rumores.
Escrito por txema

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