El hombre que está sentado junto al agua ignora que por un lateral de su bañador asoma un testículo. Si lo supiera, se avergonzaría. Pero no lo sabe. Nadie se atreve a decírselo ( y deberían hacerlo) porque no hallan las palabras adecuadas.
El hombre que está sentado junto al agua quiere tener un barco, pero no gana lo suficiente. Está seguro de que un velero, por pequeño que fuera, cambiaría su vida. Es feo, calvo y ve poco. Aunque se cuida mucho. Cada mañana toma un batido de tomate, limón, albahaca y polen de abeja, corre durante veinte minutos y dos veces a la semana acude a un gimnasio.
El hombre que está sentado junto al agua cree que acaba de descubrir a la mujer de su vida. Está allí, apenas a unos pasos, madura, con el cabello teñido, rubio, y las uñas de los pies pintadas de violeta extreme fashion. Tendrá unos cuarenta, piensa, pero se conserva muy bien.
Está a punto de decidirse. Se va a levantar. Se acercará a la mujer y comenzará una nueva vida a su lado. Apenas ha tomado el primer impulso para incorporarse cuando un niño se acerca corriendo a ella y le señala con el dedo.
-¡Mamá, mamá!, ¡A aquel señor se le ve un huevo!.

El matrimonio sin hijos no es feliz. Hace tiempo que intentan serlo y se nota porque se toman de la mano antes de entrar en el agua. No se sienten desgraciados por no tener descendencia. De hecho, nunca quisieron ser padres.
La razón de su desidia es el silencio. Hoy hace cuatro años que no se dicen nada. Los dos quieren el divorcio pero esperan que sea el otro quien lo pida para quedar en mejor situación económica. Cada uno cree que en un intento de felicidad el adversario cometerá un error.