El viejo que sueña que todas las mujeres de la playa están a su disposición durmió mal anoche. Le dolía el estómago, sin duda a causa de un excesivo apetito nocturno de sardinas. Pero como cada día de agosto ha recorrido la lengua de arena y ha vivido su fantasía.
El viejo sueña que todas las mujeres de la playa están a su disposición, como si fuera un rey con poderes absolutos. Así, se ve apareándose con todas y cada una de las hembras de los alrededores. Según su fantasía, nunca cumplida, avanza por la orilla en compañía de dos criados mientras analiza con detenimiento cuerpos, formas y posturas.
En un momento dado se decide por una mujer. La señala con el dedo y sus sirvientes de aproximan a ella para hacerle saber que ha sido la elegida para recibir al rey en su interior. Las demás miran con admiración a la joven.
El viejo que sueña que todas las mujeres de la playa están a su disposición se despoja del bañador mientras la señalada, sumisa y sonriente, se le ofrece como un animal en celo. La toma, resopla, y cuando acaba, después de muchos minutos de sexo soñados, se introduce en el mar para refrescarse.
Aquel día, por la tarde, una ambulancia se llevó al viejo. Algunos testigos dijeron que lo habían visto resbalar y caer por las escaleras. Otros que fue su mujer la que causó el accidente.
La anciana, según declaró el policía que anotó su testimonio, se limitó a repetir: ¡Siempre se le olvidaba comprarme helado de fresa!.
El viejo sueña, ahora, que todas las mujeres del hospital están a su disposición.

El hombre del tatuaje exótico arregla automóviles en un taller de Móstoles. Ahora pasea por la playa y muestra el artístico estampado de tinta negra que cubre su brazo derecho. Un diseño aborigen, una marca de guerra de una tribu de Nueva Zelanda.
Al hombre del tatuaje exótico, visto desde cierta distancia, recortado sobre la luz que refleja el agua, parece que le hubieran injertado la pata de una cabra.