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3/6/02 11:38


abuelo



Yo no conocí a mis abuelos. A los hombres, quiero decir. De uno, que era vividor, bebedor y simpático hablaré otro día. Del otro, que se llamó José, hablaré ahora. Es una deuda que tengo y quiero saldar, un asunto entre los dos. Sé, porque me lo han dicho, incluso personas que no me conocían, que nos parecemos como dos gotas de agua y, también, que era un hombre peculiar, sensible y con dos características muy apreciadas entre sus vecinos: Curar animales y hablar con los muertos. Si enfermaba un caballo o un cerdo le llamaban para que recuperara la salud y, de paso, se informaban de cómo les iba a los familiares en el más allá. Él miraba el ojo de la bestia, acariciaba su cabeza, la tocaba como si fuera un recién nacido y sabía qué mal le afligía. De los otros, de los muertos, no necesitaba mayor contacto. Simplemente hablaban con él y le contaban sus preocupaciones.
Asumo el riesgo de escribir estas cosas. Puede que a muchos le resulte extraño o increíble, puede causar miedo o risa. Pero lo sé porque él me lo contó, porque hasta un día, no recuerdo la fecha exacta en que se lo pedí, mi abuelo José permaneció a mi lado. Venía de noche, cuando todos dormían, y se sentaba en una silla a los pies de mi cama. Permanecía allí mirándome, con sus manos de dedos largos y duros sobre las rodillas, con su camisa de cuello gastado por el roce de la piel, con su chaqueta marrón y la barba blanca de varios días. Lo hizo durante años hasta que le pedí que no volviera más, que descansara. Se levantó, me acarició la frente y se fue echando un último vistazo a la habitación, tocando los muebles, la ropa, las paredes, rozando las cortinas con las yemas de los dedos. Se llevó en el corazón algo de todo lo que allí había y yo me sentí extrañamente feliz por haberle liberado, por convencerle de seguir su propio camino.
Otro día contaré algunas cosas que me dijo.


para comunicar con los muertos


Escrito por txema

    

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