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6/3/03 23:20


piedras



Y un día nací entre piedras húmedas, unos años después de que mi tía Angélica muriera de tuberculosis y no de caerse desde la ventana, cuando apenas era un bebé, mientras la abuela se la echaba al hombro. Salió ilesa del batacazo y fue bella como el granito resbaladizo de la calle, de apariencia frágil y músculos de hierro duro. Me hubiera llamado Angélica en su honor y en su memoria, pero los cromosomas tiraron hacia otro lado y me quedé en José y en María, que no deja de ser una mezcla de sexos si se mira bien.
Nacer entre piedras está lleno de ventajas. Si te caes, duele y aprendes; además, tienes armas para lanzar al relamido gato del vecino, que decían que era de angora y parecía un felpudo azulado y torpe frente a mi Moriarty, felino follador donde los hubiera, siempre cubierto de heridas. Las piedras siempre están ahí, en la memoria que no se lleva el viento. Les puedes poner nombres, como a la de los ojos tristes, que según mis cálculos apunta en línea recta al Caribe, asomada al Atlántico. Estaba allí y allí seguirá cuando yo no esté, como una mirada hacia el oeste en el que andaban los barcos. Me ponía sobre ella y veía a mi primo Gabriel remendando las redes en un exótico puerto al otro lado del océano, mientras deseaba que volviera para ir a jugar al fútbol y a correr por la arena; mientras lo imaginaba como el Simbad del gran Álvaro Cunqueiro tirando mondas de mandarina al cielo y silbando.

la casa gabriel y simbad yo, en un sueño pasado La piedra de los ojos tristes

Escrito por txema

    

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