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8/10/02 19:16
psicópatas
Por circunstancias que forman parte del secreto profesional he podido sentir de cerca la fascinación que los psicópatas despiertan en el resto de los mortales. Ya se saben el tópico: asesinos despiadados, calculadores, inteligentes y bla, bla, bla. Los psicópatas, como el que ahora ocupa titulares y alarma a la población de Washington, aumentan en número sin que las autoridades sepan qué hacer, mientras sus vidas y sangrientas hazañas son perfectos guiones para películas de éxito. El problema, desde mi punto de vista, se reduce a una cuestión de enfoque. Alguien capaz de matar con premeditación a un determinado número de personas, o sólo a una, sin experimentar sentimiento de culpa por ello y controlando, incluso, su propia detención, siempre es visto como un enfermo. Y es un error. Los psicólogos no tienen respuestas para ellos.
Por explicarlo de un modo sencillo. Digamos que nuestro cerebro cuenta con dos zonas, una emocional y otra racional, y que en el caso de los psicópatas ambas partes no están comunicadas; no se hablan entre si y forman dos mundos paralelos. Un ejemplo simple: si discutimos o peleamos con alguien y comienza a llorar algo nos frena, nos dice que esa persona está sufriendo y esa orden emocional se transfiere, de manera que abandonamos la lucha. Es el mecanismo que nos permite reconocer el dolor, ponernos en el lugar del otro. Bien, pues un psicópata no lo experimenta mientras comete un crimen; puede reconocer que no es bueno matar, pero no se siente culpable por haberlo hecho. Para él, la víctima que grita mientras la tortura no es un sentimiento, sino una sensación. Y es ese extraño comportamiento el que nos aterra y nos fascina a un tiempo.
Un psicópata es incapaz de verse a sí mismo como le ven los demás. Existen varios estudios al respecto, pero se sigue sin abordar el asunto desde una perspectiva correcta. Sobre Alieen Wuornos se han hecho ya algunas películas y se harán otras que no podrá ver, mientras el francotirador de Washington comienza a cerrar el círculo, a iniciar el juego que llevará a una detención que, probablemente, sólo se producirá cuando él quiera. Incluso en eso les gusta controlar la situación. Ya lo deja bien claro en la carta: "“Querido policía, yo soy Dios”.
Escrito por txema