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28/7/02 23:43
via capellari
Aldo estaba en la puerta, a las ocho, como cada día. Via Capellari es una calle estrecha, con las fachadas de color terracota, abombadas por los años y casas de ventanas mínimas bajo techos trenzados con grandes vigas de madera. Me acabé de vestir mientras Aldo encendía un cigarro sentado la Vespa abandonada que cada mañana aparecía en un lugar diferente. Claudia dormía con las piernas separadas. Besé uno de esos espacios indefinidos donde se cruzan los muslos y el vientre, cerré la puerta con cuidado y bajé.
Desde Via Capellari a Campo dei Fiori hay un breve paseo. La madre de Aldo tenía un puesto bajo la estatua de Giordano Bruno y se reía cada vez que le explicaba que su vecino de bronce ardió en la hoguera por defender la separación entre el poder político y el religioso. No teníamos nada qué hacer. Anduvimos un rato, hasta Piazza Nabona y, después, compramos un trozo de pizza en Via della Pace, nos sentamos en la plaza a ver turistas.
-Aldo, me voy a ir, dije. Esto no funciona...
-Pero, ¿y Claudia? ¿se va contigo?
-No, me voy solo. Me hizo mil preguntas y a todas respondí que si. La quería, estaba contento, me gustaba Roma.
-No lo sé, Aldo, no sé por qué, pero me tengo que ir.
Le conté que a mediodía, cuando Claudia saliera camino del conservatorio, iría a casa, haría las maletas y me subiría en el primer medio de transporte con rumbo a España. Que tenía la incierta esperanza de que ella entendiera mi decisión y que tenía miedo de estropear aquella relación. Que era la mujer más bella, inteligente y dulce. Que yo era imbécil. Que el cielo es azul y las nubes blancas. Le conté que tuve un presentimiento del fin, de la belleza del amor amargo, de la perfección de la distancia, del recuerdo que nunca desaparece.
Nos despedimos sin aspavientos, con un abrazo largo. Seguí caminando hasta el Panteón y, en su interior, protegido de la luz, comencé a llorar. Un turista me preguntó si lloraba de la emoción por estar ante la tumba de Rafael. Otro, un japonés, me dio un pañuelo.
Deshice el camino hasta la casa de Via Capellari con parsimonia, despidiéndome de cada calle, de cada color, de cada aroma, pasando la mano por la pintura de las fachadas, tocando el borde de los bancos, sintiéndome ya, otra vez, un extranjero sin rumbo.
Al abrir la puerta hallé una nota en el suelo.
Decía: Adiós. Te quiero. Claudia.
Escrito por txema